Xavier Sala i Martin
Hace unas semanas se produjo enChina una curiosa epidemia de
enfermedades de transmisión sexual. Curiosa, porque la causa no fue, como cabría esperar, el desenfreno carnal sino unas gomas decabello. Si, si. Unas
gomas de cabello que, alparecer, habían sidohechas con… (por favorno se rían): ¡condonesnreciclados!
Y es que el último gritoen modamedioambientalista pide que compremos papel
reciclado, que pongancánones a la bolsas de plástico del supermercado, que usemos botellas de cristal y, ¿cómo no?, queseparemos las basuras en
contenedores de colores.La idea del reciclaje no es nueva.
Nuestros antepasados lo hacían porque al ser tanta la escasez en la
que vivían, valía la pena reutilizarlo casi todo. Durante los dos últimos
siglos los costos de producción se han reducido mucho. Para muchos
productos, eso ha significado que sea más barato tirarlos una vez utilizados
que lavarlos, reciclarlos y volverlos a usar. Paralelamente a este progreso
tecnológico han aparecido unos grupos de presión a los que les disgusta que
la gente tenga la libertad de desechar lo que le plazca y eso ha
hecho que, desde el punto de vista del reciclaje, los productos del mundo se
Primero están los bienes quereciclamos voluntariamente: las
cuberterías de acero inoxidable, los platos de duralex (no los de papel), o
la ropa son ejemplos de bienes que todos preferimos lavar y reutilizar. Fíjense que para que la gente recicle este tipo de productos no hacen falta ni regulaciones, ni cánones, ni propaganda institucional.
En el otro extremo están los productos que nadie quiere reciclar como el papel higiénico. En este grupo también hay bienes que nuestros abuelos reciclaban y nosotros, al tener alternativas mejores, no, como los pañales de los bebés o las toallas femeninas (que antiguamente eran de tela y se reutilizaban tras un lavado).
El tercer grupo de bienes son los que no se reciclarían si no fuera por el marketing medioambiental. Perdón. No es marketing. Son “campañas de sensibilización”. En este grupo está el papel: durante el “día de la tierra” los maestros llevan a los niños a excursión a la montaña y, tras plantar un bonito árbol, les explican que cada
vez que pintan una hoja, están matando a una criatura tan preciosa como la que acaban de plantar.Independientemente de losdaños psicológicos que sufren los pobres chavales cada vez que hacen losdeberes, nadie les explicaque el papel proviene de
árboles plantadosexpresamente para sertransformados en papel.
Reciclar papel para salvar a los árboles tiene tanto sentido como reciclar pan para salvar al trigo oreciclar boniatos para salvar… a otros boniatos.
En cualquier caso, para los árboles (que no para los pobres boniatos) la
propaganda tiene tanto éxito quealguna gente está dispuesta a pagar
por un papel de ínfima calidad lo que hace que algunas empresas tengan
incentivos a reciclarlo.
El cuarto y más problemático grupo incluye aquellos bienes que no se reciclan voluntariamente ni siquiera después de “campañas de sensibilización” pero a los que los
medioambientalistas no renuncian.Aunque últimamente está creciendo lapopularidad del canon a las bolsas de
plástico, el producto estrella aquítodavía es la basura: esa basura quedebe separarse en preciosos
contenedores de colores. Dado que los ciudadanos normales no separarían
la basura por iniciativa propia porqueel coste de hacerlo es demasiado altoy el beneficio nadie sabe dónde está,los activistas recurren al estado paraque nos obligue bajo amenaza de multas y sanciones. Además, crean un cuerpo de vigilantes de bazofias para perseguir a quien utilice el
contenedor equivocado, obligan a las empresas a llevar “contabilidades de residuos” y aparecen consultores
(que, lógicamente, son los propios
medioambientalistas) que cobran por asesorarnos sobre cómo cumplir con el reglamento.
A pesar de su popularidad, nadie hademostrado que los costos de
separación de basuras (que incluyenlas molestias que sufrimos los
ciudadanos, el espacio que ocupantantos containers en casas de 50 m2 y los gastos de recogida selectiva de
residuos) sean inferiores a los beneficios sociales asociados a algún tipo de misteriosa externalidad que
nadie ha conseguido medir. De hecho,hay evidencia de que la separación en
casa es ineficiente hasta el punto quecada vez son más los ayuntamientos y empresas de recogida que decidenseparar los desechos ellos mismos, un fenómeno que en Estados Unidos se
llama “single stream recycling”. La empresa texana Waste Management,
encargada de recoger la basura de 20 millones de familias, hace tiempo que
se ha pasado al “single stream”, a pesar de que este método les obligue
a pagar unos costos de separación que en el sistema tradicional asumen los
ciudadanos en casa.Antes de que el establishment de la corrección política me condene a la hoguera purificadora, déjenme clarificar que no estoy sugiriendo quela gente no tenga derecho a reciclar.
La gente tiene derecho a practicar los rituales que crean que mejor les acercan a sus dioses, sean éstos
cristianos, musulmanes, paganos o medioambientales. Lo que esinaceptable es que alguna de estas religiones
nos obligue a los infieles a participar en sus liturgias simplemente porque no creemos en
ellas. Garantizar nuestra libertad manteniendo la separación entre estado e iglesia (y eso incluye a la
iglesia medioambientalista) es mucho más importante para nuestro
bienestar que la separación de labasura.
www.alldream.ws Compartir en Facebook si te gusto la informacion
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Hace unas semanas se produjo enChina una curiosa epidemia de
enfermedades de transmisión sexual. Curiosa, porque la causa no fue, como cabría esperar, el desenfreno carnal sino unas gomas decabello. Si, si. Unas
gomas de cabello que, alparecer, habían sidohechas con… (por favorno se rían): ¡condonesnreciclados!
Y es que el último gritoen modamedioambientalista pide que compremos papel
reciclado, que pongancánones a la bolsas de plástico del supermercado, que usemos botellas de cristal y, ¿cómo no?, queseparemos las basuras en
contenedores de colores.La idea del reciclaje no es nueva.
Nuestros antepasados lo hacían porque al ser tanta la escasez en la
que vivían, valía la pena reutilizarlo casi todo. Durante los dos últimos
siglos los costos de producción se han reducido mucho. Para muchos
productos, eso ha significado que sea más barato tirarlos una vez utilizados
que lavarlos, reciclarlos y volverlos a usar. Paralelamente a este progreso
tecnológico han aparecido unos grupos de presión a los que les disgusta que
la gente tenga la libertad de desechar lo que le plazca y eso ha
hecho que, desde el punto de vista del reciclaje, los productos del mundo se
Primero están los bienes quereciclamos voluntariamente: las
cuberterías de acero inoxidable, los platos de duralex (no los de papel), o
la ropa son ejemplos de bienes que todos preferimos lavar y reutilizar. Fíjense que para que la gente recicle este tipo de productos no hacen falta ni regulaciones, ni cánones, ni propaganda institucional.
En el otro extremo están los productos que nadie quiere reciclar como el papel higiénico. En este grupo también hay bienes que nuestros abuelos reciclaban y nosotros, al tener alternativas mejores, no, como los pañales de los bebés o las toallas femeninas (que antiguamente eran de tela y se reutilizaban tras un lavado).
El tercer grupo de bienes son los que no se reciclarían si no fuera por el marketing medioambiental. Perdón. No es marketing. Son “campañas de sensibilización”. En este grupo está el papel: durante el “día de la tierra” los maestros llevan a los niños a excursión a la montaña y, tras plantar un bonito árbol, les explican que cada
vez que pintan una hoja, están matando a una criatura tan preciosa como la que acaban de plantar.Independientemente de losdaños psicológicos que sufren los pobres chavales cada vez que hacen losdeberes, nadie les explicaque el papel proviene de
árboles plantadosexpresamente para sertransformados en papel.
Reciclar papel para salvar a los árboles tiene tanto sentido como reciclar pan para salvar al trigo oreciclar boniatos para salvar… a otros boniatos.
En cualquier caso, para los árboles (que no para los pobres boniatos) la
propaganda tiene tanto éxito quealguna gente está dispuesta a pagar
por un papel de ínfima calidad lo que hace que algunas empresas tengan
incentivos a reciclarlo.
El cuarto y más problemático grupo incluye aquellos bienes que no se reciclan voluntariamente ni siquiera después de “campañas de sensibilización” pero a los que los
medioambientalistas no renuncian.Aunque últimamente está creciendo lapopularidad del canon a las bolsas de
plástico, el producto estrella aquítodavía es la basura: esa basura quedebe separarse en preciosos
contenedores de colores. Dado que los ciudadanos normales no separarían
la basura por iniciativa propia porqueel coste de hacerlo es demasiado altoy el beneficio nadie sabe dónde está,los activistas recurren al estado paraque nos obligue bajo amenaza de multas y sanciones. Además, crean un cuerpo de vigilantes de bazofias para perseguir a quien utilice el
contenedor equivocado, obligan a las empresas a llevar “contabilidades de residuos” y aparecen consultores
(que, lógicamente, son los propios
medioambientalistas) que cobran por asesorarnos sobre cómo cumplir con el reglamento.
A pesar de su popularidad, nadie hademostrado que los costos de
separación de basuras (que incluyenlas molestias que sufrimos los
ciudadanos, el espacio que ocupantantos containers en casas de 50 m2 y los gastos de recogida selectiva de
residuos) sean inferiores a los beneficios sociales asociados a algún tipo de misteriosa externalidad que
nadie ha conseguido medir. De hecho,hay evidencia de que la separación en
casa es ineficiente hasta el punto quecada vez son más los ayuntamientos y empresas de recogida que decidenseparar los desechos ellos mismos, un fenómeno que en Estados Unidos se
llama “single stream recycling”. La empresa texana Waste Management,
encargada de recoger la basura de 20 millones de familias, hace tiempo que
se ha pasado al “single stream”, a pesar de que este método les obligue
a pagar unos costos de separación que en el sistema tradicional asumen los
ciudadanos en casa.Antes de que el establishment de la corrección política me condene a la hoguera purificadora, déjenme clarificar que no estoy sugiriendo quela gente no tenga derecho a reciclar.
La gente tiene derecho a practicar los rituales que crean que mejor les acercan a sus dioses, sean éstos
cristianos, musulmanes, paganos o medioambientales. Lo que esinaceptable es que alguna de estas religiones
nos obligue a los infieles a participar en sus liturgias simplemente porque no creemos en
ellas. Garantizar nuestra libertad manteniendo la separación entre estado e iglesia (y eso incluye a la
iglesia medioambientalista) es mucho más importante para nuestro
bienestar que la separación de labasura.
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