CARLOS STENERI | DESDE WASHINGTON DC
La crisis ha trenzado a la opinión económica especializada en una serie de debates históricos, con participantes ilustres, incluyendo premios Nobel de economía.
Su espectro temático es amplio y del mismo no han surgido aun resultados definitivos, salvo recomendaciones generales sobre el diseño de la política buscando acotar excesos, recuperar crecimiento. En paralelo, discurre un enfrentamiento duro entre quienes entienden que la ciencia económica entró desde hace décadas en un marasmo con visiones demasiado simplificadoras, cargadas de automatismos, y por ende incapaces de operar con eficacia en un mundo complejo.
Con ese telón de fondo, los hechos muestran titubeando una pequeña luz al final del túnel, aunque de tanto en tanto ocurren retrocesos, que desandan los avances y confirman que la salida será compleja y más lenta de lo deseado.
de todos modos hay ya material abundante para delinear una panorámica surcada de trazos temáticos, sobre los cuales de un tiempo en más se canalizará la atención de los responsables de diseñar la política económica, incluyendo a los cuerpos políticos, quienes en definitiva son los responsables de la conducción de las sociedades.
EL FUTURO. La virulencia inesperada de la crisis sacudió los cimientos de las economías más desarrolladas, generando situaciones consideradas prácticamente imposibles, dado el grado de madurez y sofisticación de su sistema, incluyendo al sector financiero. Como resultado comenzó un debate sobre el futuro del capitalismo, dando por sobre entendido que el sistema capitalista en su diseño actual había capotado. Por ende era necesario transformarlo de alguna manera, con la idea de encontrar una estructura de funcionamiento menos proclive a las crisis. Los bandos se alinearon a lo largo de una divisoria discutiendo si era una crisis focalizada en algún defecto particular del sistema, y por tanto corregible, o se trataba de una falla de todo el conjunto. Esto último requería una reforma general, llegándose a los extremos de que las reformas propuestas lo desfiguraban de tal manera que lo convertían en una nueva entidad con alta participación estatal y sobre regulado.
En resumen, el debate se concentró en si se necesitaba una nueva forma de capitalismo, idea liderada por los líderes de Francia y Alemania, a principios de año, como alternativa de un capitalismo anglosajón demasiado volcado al individualismo, y a una institucionalidad cuya forma operativa básica es la autorregulación. Los hechos dieron una oportunidad de oro, para quienes por razones que les vienen desde su historia, siempre sospecharon de un capitalismo apoyado sobre principios que relegaban la intervención del Estado a favor de la iniciativa individual. Sin duda el péndulo se ha movido hacia este campo, aunque en algunos casos la intervención estatal es percibida como un hecho temporal para enfrentar una situación extraordinaria. De todos modos, será difícil que todo sea igual que antes. Y como la crisis del treinta, para bien o para mal, marcó ciertos aspectos de la política económica, aquí ocurrirá lo mismo.
POLÉMICA. Como consecuencia, el debate fue cargando a algunos economistas ilustres de un cierto nihilismo alimentado sobre la futilidad de la profesión para predecir y revertir situaciones como las actuales. Paul Krugman liderando esa posición, dijo recientemente que los macroeconomistas actuales pertenecían a una generación perdida educada en el manejo de modelos matemáticos sin valor y en algunos casos nocivos, lo cual hizo que fueran incapaces de diseñar políticas económicas adecuadas para prevenir la crisis actual. La réplica no se hizo esperar, esta vez de boca de otro ilustre como Robert Lucas, diciendo que es imposible diseñar modelos que puedan predecir caídas súbitas en el valor de los activos financieros de la magnitud de los que precedieron la caída de Lehman Brothers en septiembre del 2007. Es que los precios, pieza cardinal de los modelos, son determinados por los agentes económicos con toda la información disponible y relevante. Eso excluye la consideración de hechos inéditos o desconocidos. En definitiva es una limitante impuesta por los propios agentes y no por el andamiaje de la lógica teórica. Es decir que son modelos con buena capacidad explicativa, salvo en situaciones excepcionales.
De todos modos, esto proyectó un cono de sombra sobre una profesión que sin duda durante las últimas décadas hizo avances enormes en la comprensión y en el manejo de políticas para inducir mejoras en el bienestar social.
LA ESTRATEGIA DE SALIDA. Un tercer debate que está en plena efervescencia se refiere a los alcances, efectos y permanencia de las políticas de estímulo fiscal y monetario instrumentadas para revertir la crisis.
Sobre sus alcances, la práctica responde más a un proceso de prueba y error que a una métrica predeterminada de qué cosas hacer, salvo que el gasto público y la emisión monetaria deben compensar la caída del consumo apuntalando al gasto e inyectándole liquidez al sistema bancario para aumentar la oferta de crédito. Pero sobre esto no hay patrones, cada cual lo viene haciendo a su manera, con la idea que es mejor equivocarse por el lado de haber sido laxo en la política que restrictivo. Sin duda el fantasma de la contracción monetaria que catapultó la crisis del treinta, opera en el subconsciente de las autoridades monetarias de los países afectados, aun a riesgo de proyectar presiones inflacionarias de envergadura hacia el futuro. Pero en un mundo sumergido por el momento en la deflación, ese problema aun luce distante y de cierta forma como un mal menor respecto a los hechos actuales a revertir.
Sobre el punto, en lo único en lo que hay cierto consenso es sobre su permanencia: "… no hay que retirarlo antes que surta efectos sobre el crecimiento y el empleo, ni tampoco dejarlo excesivamente arriesgando desencadenar inflación o problemas severos de endeudamiento…".
En definitiva una regla basada en el sentido común, pero sin un contenido más que meramente declarativo.
De todos modos el tema de la estrategia de salida no es trivial y ya viene mostrando sus dientes. Entre 2007 y 2010 la evolución de la deuda neta respecto al PIB de los países donde hay más expansión en la política fiscal y monetaria es aleccionadora. Así es que Estados Unidos pasa del 48 al 70%; Japón del 80 al 115%; Reino Unido del 39 al 67%; e Italia del 102 al 117%.
Esto representa sobre las generaciones futuras una carga de magnitud, y en el caso particular de la deuda norteamericana un riesgo adicional sobre sus tenedores. La mezcla de una caída del valor del dólar aunado a la inflación implicará una erosión del valor de esos instrumentos, con efectos de segundo orden de difícil cuantificación.
Yendo hacia aspectos microeconómicos, el debate toma otra forma, orientándose hacia la profundidad y modalidad de la regulación financiera.
Su primer tema es calibrar el grado óptimo de la intervención, transcurriendo el espectro de opiniones entre un retorno a las formas primarias de intermediación financiera, dejando poco espacio a las nuevas formas de ingeniería financiera, a través de las cuales se canalizaron los excesos de la crisis. Y por ende se las hace responsables de mucho de lo sucedido, presentándolas como armas de destrucción masiva del sistema financiero. En la otra punta, aceptar la validez de la operativa de los nuevos instrumentos, pero limitar el grado de riesgo del sistema topeando los límites del apalancamiento para financiar estrategias de inversión financiera, aumentando el capital de las instituciones financieras, e incluso hacerlo variable según la fase del ciclo. En este caso aumentando su monto en la fase expansiva para mitigar la aparición de burbujas y viceversa.
Bajo el mismo acápite, también se discute la posibilidad de limitar el tamaño de las instituciones. De esta manera desaparecería el riesgo sistémico que provoca dejar caer a una institución de envergadura. Quizás sea una discusión sin salida válida, pues su instrumentación entra en una zona gris, que depende de la modalidad operativa de la institución, el giro de negocios y la jurisdicción en la cual opera.
De todos modos, de aquí saldrá una nueva generación de regulaciones que pretenderá segmentar riesgos y evitar la propagación de contagio dentro y entre los sistemas financieros.
UN NUEVO ORDENAMIENTO. Por último, abrochando a todos los debates previos, sigue abierto la forma de resolución de los desequilibrios entre los países con exceso de ahorro, que financiaron el exceso de gasto, principalmente en Estados Unidos. Cuánto de este desequilibrio ayudó a desencadenar los sucesos recientes es difícil predecirlo, aunque la mayoría acepta que jugó su papel, aportando liquidez que apalancó excesos, al hacer posibles tasas de interés real muy bajas.
Sin duda aquí se entra en un mundo donde se entrelazan la coordinación internacional y las políticas domésticas expandiendo el consumo en países como China junto a la contracción fiscal y monetaria en quienes antes incurrieron en excesos. En esto también juegan la política cambiaria como complemento del resto de abanico de políticas. Sin duda será el gran debate, pues en su cerno se encuentra el nuevo ordenamiento político y económico del Siglo XXI.
El Pais.
0 comentarios:
Publicar un comentario
te agradecemos tu opinión